La piel, órgano sensorial y defensivo
La piel
Sistema Tegumentario: Tegumento o piel
En la práctica del yoga se trabaja con todo el organismo de manera integrada, y la piel —también conocida como tegumento— constituye la capa más externa y extensa del cuerpo humano. Este órgano, que puede medir entre 1.5 y 2 metros cuadrados en un adulto, cumple funciones vitales como la protección frente a agentes externos, la regulación térmica, la percepción sensorial, la excreción de sustancias y la síntesis de vitamina D.
Durante la ejecución de cada asana, la piel entra en contacto con superficies o bases de apoyo (el suelo, una manta, un bloque, la pared o incluso otras partes del cuerpo). A través de sus numerosas terminaciones nerviosas, este contacto envía información al sistema nervioso sobre diversos estímulos: temperatura (calor o frío), textura, humedad, presión, vibración, estiramiento e incluso posibles lesiones.
Estas señales sensoriales no solo cumplen una función protectora, sino que también son clave en el desarrollo de la propiocepción y la interocepción. La propiocepción es la capacidad de percibir la posición y el movimiento del cuerpo en el espacio, mientras que la interocepción permite registrar lo que ocurre en el interior del organismo (como el ritmo cardíaco, la respiración o la sensación de tensión muscular).
En yoga, cultivar una atención plena hacia las sensaciones de la piel ayuda a mejorar la alineación, la precisión y la seguridad en la práctica. También favorece una relación más íntima y consciente con el cuerpo, convirtiendo la piel en una vía de comunicación entre el mundo exterior y la experiencia interna.
Por esta razón, es fundamental que cada alumno o alumna mantenga una actitud de observación constante. La concentración y la escucha corporal permiten captar señales sutiles que enriquecen la práctica, ofreciendo una comprensión más profunda de cada postura. La piel, en este contexto, deja de ser una simple envoltura y se convierte en un canal activo de percepción y aprendizaje.
En resumen, la piel en yoga no solo protege, sino que guía. Nos habla del presente, nos conecta con el entorno, y nos permite ajustar, afinar y profundizar en cada movimiento con mayor conciencia. Por eso, aprender a escucharla es parte del arte de habitar el cuerpo con sabiduría.
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